Al cruzar el portón de la comunidad, nombre que considero le quedaba pequeño para tremenda estructura que formaban las puertas del recinto, me percaté de que íbamos las dos solas.
-Pensé que iríamos acompañadas…
-Las reglas son claras, nos dijeron que no debíamos salir solas, siempre de a dos al menos y nosotras somos dos - dijo con una sonrisa, esa era mi madre, la que encontraba la quinta pata al gato entendiendo todo a conveniencia.
-Es decir, en estricto rigor, no rompemos reglas.
-Yo no, tú ya la has roto, pero como no considero que sea nada “grave” no tiene nadie por qué enterarse. - Fingí una cara de ofensa con la cual las dos nos terminamos riendo.
Dimos algunas vueltas sin sentido por el pueblo, reconocimos algunos lugares para luego estacionarnos en un supermercado, como hace tiempo no lo hacíamos llenamos el carrito de compras de golosinas y otros menesteres que no clasificaban en la etiqueta de “alimenticios”: chocolates por montón, helados, papas fritas envasadas, galletas. Todo aquello que Alioth no compró en exceso el día anterior y definitivamente faltaba en nuestra despensa.
Faltaban dos personas para que nos tocara pasar por la caja cuando alguien pronunció mi nombre, mi madre y yo giramos encontrándonos con aquel individuo que el día anterior me había dirigido la palabra.
-Hola Galia ¿Cómo estás? - Mi madre me miró brevemente pero le devolvió la mirada a César
-Mamá, el es… -dije con un tono que mi madre lograría descifrar.
-…César, -interrumpió él, agregando - conocí a su hija ayer en la biblioteca.
-Un gusto César, mi nombre es Vivian. -Le extendió la mano para saludarlo a lo cual él respondió, mi madre pocas veces hace ese gesto, así que no dejó de llamarme la atención. - ¿Andas sólo o tu madre también te acompaña?
-Sólo, vine a comprar un par de cosas que escaseaban en la cocina, espero algún día volverla a ver. - De esa manera César desapareció entre los pasillos del supermercado.
-Una persona interesante…
-Ayer, no le dije mi nombre. -Susurré lo más bajo que podía.
-Eso lo hace aún más interesante. - Mi madre no dudó ni por un segundo en lo que le decía. La miré extrañada y ella me contestó con un gesto de cabeza, insinuándome que después me lo diría.
-Pensé que iríamos acompañadas…
-Las reglas son claras, nos dijeron que no debíamos salir solas, siempre de a dos al menos y nosotras somos dos - dijo con una sonrisa, esa era mi madre, la que encontraba la quinta pata al gato entendiendo todo a conveniencia.
-Es decir, en estricto rigor, no rompemos reglas.
-Yo no, tú ya la has roto, pero como no considero que sea nada “grave” no tiene nadie por qué enterarse. - Fingí una cara de ofensa con la cual las dos nos terminamos riendo.
Dimos algunas vueltas sin sentido por el pueblo, reconocimos algunos lugares para luego estacionarnos en un supermercado, como hace tiempo no lo hacíamos llenamos el carrito de compras de golosinas y otros menesteres que no clasificaban en la etiqueta de “alimenticios”: chocolates por montón, helados, papas fritas envasadas, galletas. Todo aquello que Alioth no compró en exceso el día anterior y definitivamente faltaba en nuestra despensa.
Faltaban dos personas para que nos tocara pasar por la caja cuando alguien pronunció mi nombre, mi madre y yo giramos encontrándonos con aquel individuo que el día anterior me había dirigido la palabra.
-Hola Galia ¿Cómo estás? - Mi madre me miró brevemente pero le devolvió la mirada a César
-Mamá, el es… -dije con un tono que mi madre lograría descifrar.
-…César, -interrumpió él, agregando - conocí a su hija ayer en la biblioteca.
-Un gusto César, mi nombre es Vivian. -Le extendió la mano para saludarlo a lo cual él respondió, mi madre pocas veces hace ese gesto, así que no dejó de llamarme la atención. - ¿Andas sólo o tu madre también te acompaña?
-Sólo, vine a comprar un par de cosas que escaseaban en la cocina, espero algún día volverla a ver. - De esa manera César desapareció entre los pasillos del supermercado.
-Una persona interesante…
-Ayer, no le dije mi nombre. -Susurré lo más bajo que podía.
-Eso lo hace aún más interesante. - Mi madre no dudó ni por un segundo en lo que le decía. La miré extrañada y ella me contestó con un gesto de cabeza, insinuándome que después me lo diría.
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